Los salarios mexicanos se quedan atrás

Teresa de Miguel

El Mañana | El País.

A sus 18 años Jazmín J. ya sufre en carne propia la dura realidad del mercado laboral mexicano. Desde hace dos meses compatibiliza las clases de último año Preparatoria (Bachillerato) con un trabajo a tiempo parcial en una conocida cadena de supermercados por el que recibe apenas 1.000 pesos (54 dólares) quincenales por cuatro horas de trabajo diarias.

Lo bueno: tiene acceso al seguro social del IMSS y trabajar cerca de su casa, en Ecatepec, una de las zonas más deprimidas del Valle de México, le evita tener que invertir horas sus desplazamientos diarios.

Lo malo: casi todo lo demás. Sus ingresos apenas le dan para echar una mano a sus padres, que a duras penas ingresan 12.000 pesos mensuales en total -él, como operador de grúa, ella en trabajos esporádicos de limpieza-, y su hermana de 11 años. Muchos meses, la familia tiene que aceptar la ayuda de la ONG Techo para cubrir lo más básico en su hogar, una construcción de cemento con techo de uralita a un lado de las vías por el que pasa La Bestia, el tren de mercancías que muchos migrantes utilizan en su ruta hacia Estados Unidos.

Un paseo cualquiera por una calle cualquiera de la delegación Cuauhtémoc, en el corazón de la Ciudad de México. Es la hora del almuerzo y los locales de comida corrida están a reventar: consomés, tacos, sopes, tlacoyos y quesadillas dan color y sabor a las mesas. En la puerta de los restaurantes, un común denominador: carteles en los que se solicitan meseros o personal de cocina. El patrón se repite a la entrada de los supermercados y tiendas de ropa: hay ofertas de trabajo por doquier. «Cuando algún familiar o amigo busca empleo, lo encuentra», apunta la joven Jazmín. «Pero el salario siempre es bajo y muchos prefieren irse a la informalidad, donde pueden ganar hasta tres veces más». Bienvenidos al mercado laboral mexicano del siglo XXI.

Las buenas cifras de empleo del sexenio han llevado el triunfalismo al discurso oficial en plena campaña electoral: 3,6 millones de nuevos puestos de trabajo formales; el segundo mejor mes de mayo para el empleo de la última década y una de las tasas de paro más bajas de la OCDE. Pero, ajenos a la realidad macro, el día a día de la mayoría de trabajadores mexicanos dista mucho de ser de vino y rosas. El poder adquisitivo no despega, el empleo eventual sigue al alza y la pobreza laboral afecta ya a casi cuatro de cada 10 mexicanos: casi 49 millones de personas que no pueden satisfacer sus necesidades básicas con los ingresos procedentes del trabajo. Son 722.000 más que hace un año.

El problema de los salarios bajos se remonta a casi cuatro décadas atrás. Desde entonces, la remuneración de los trabajadores ha pasado de representar casi el 45% del ingreso total mexicano a poco más del 25%: el resto son rentas del capital, fundamentalmente utilidades empresariales y réditos de inversiones financieras. La pérdida de peso de los sueldos sobre el PIB refleja, en fin, un problema triple de depresión de las clases medias -en su mayoría asalariados-, informalidad y desigualdad en la segunda mayor economía de América Latina.

México no es, ni mucho menos, el único país en el que las rentas del trabajo han perdido paulatinamente peso desde mediados de los años ochenta, una tendencia común a casi todo Occidente que muchos economistas achacan a la globalización, las nuevas formas de trabajo autónomo, el impulso desregulador y el progresivo desmantelamiento de las políticas con las que los Estados trataban de conciliar los intereses del trabajo y del capital. El caso mexicano, sin embargo, «es especialmente grave», subraya Julio Boltvinik, de El Colegio de México. «Al no crecer los salarios, mucha gente se ve empujada a crear pequeñas empresas -changarros, en la jerga local- y a la informalidad, lo que reduce a su vez la productividad», una variable que se sitúa en el origen del bajo nivel salarial. La pescadilla que se muerde la cola.

«A partir de 1982 se impuso la retirada del Estado mexicano, con la idea de que no interfiriera en el mercado laboral, y a eso se sumó la liberalización económica casi total con la entrada al GATT [hoy Organización Mundial del Comercio] y, luego, al TLC [el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que une a EE UU, México y Canadá desde 1994]. Se desmantelaron muchos de los mecanismos de protección a sectores enteros, como la agricultura, y se desestimuló aún más la sindicalización», relata Alicia Puyana, investigadora de Flacso. «Fue letal para los trabajadores, que todavía sufren las consecuencias», apunta Puyana. Continuar leyendo […]

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