La Responsabilidad del Porvenir I

José Luis de la Cruz | Fuente: El Sol de México.

El 26 de julio de 1986 los medios del mundo daban cuenta de que México había firmado su adhesión al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT).

Derivado de ello México podría “disfrutar de todas las concesiones arancelarias negociadas por los otros miembros desde la entrada en vigor del Acuerdo General en 1948” (El País).

Se afirmaba que México, al ser un país en desarrollo, recibiría un “trato especial” para que el Estado pudiera regular su apertura económica y cumplir los compromisos que adquirió con su adhesión al GATT.

Treinta años pasaron y el progreso económico no llegó a México. Los múltiples cambios macroeconómicos han sido profundos, la apertura económica transformó la forma en que el país interactuaba con el resto del mundo. La mayor parte de las principales empresas trasnacionales tienen operaciones en México.

Desde el 1986, México ha sido participe de los procesos de integración económica, pero siempre lo ha hecho forzado por las circunstancias. Sin una visión integral, se aplicaron cambios institucionales, modificaciones siempre apegadas a las directrices emanadas de los organismos financieros internacionales, asumiendo que existía buena voluntad, objetividad y juego limpio.

Fuera de su óptica quedó la reflexión de Henry Kissinger “casi como por efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar todo el sistema internacional, de acuerdo a sus propios valores” (La Diplomacia).

No se comprendió que con el triunfo de la apertura económica se requería de una preparación adecuada para enfrentar la creciente competencia. Integrarse al mundo con solo mano de obra barata era un callejón sin salida. México centró su atención en las políticas de ajuste fiscal y recortó su inversión pública. Pensó que la apertura económica compensaría lo que el Estado dejó de hacer.

La versión mexicana de la globalización obvió que en los años ochenta comenzó la consolidación de las grandes empresas trasnacionales que durante las décadas previas habían invertido sus recursos en el desarrollo de productos tecnológicos. Los nuevos conglomerados tecnológicos salieron al mundo a buscar los mejores lugares para producir: subcontratar mano de obra, tierra e industria barata.

La globalización requiere de empresas innovadoras, capaces de adaptarse a la dinámica del progreso tecnológico y de emplear personas educadas y altamente capacitadas.

Particularmente en ciencias e ingeniería. México no lo asimiló, se convirtió en una región de subcontratación industrial global y de venta de bienes primarios, depositaria de enormes inversiones extranjeras que no desarrollan su producción y mercado interno.

La integración de México con el mundo es el de una “monoglobalización” donde: la generación de valor agregado y el contenido nacional son los grandes ausentes en la parte productiva del modelo económico.

(Extracto del libro México 2018, La Responsabilidad del Porvenir)

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