‘Los peligros del TPP’, por Arturo Oropeza

Reforma

Por Arturo Oropeza García | Publicado en Revista Reforma.

Distrito Federal (05 julio 2015).- En 2009, cuando Estados Unidos decidió cambiar su estrategia comercial geopolítica en Asia-Pacífico a través de la propuesta de la firma del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), abandonó su posicionamiento inmediato anterior que se remontaba a 1989 cuando, a iniciativa de Australia, aceptó apoyar e hizo suyo el alineamiento de 21 países de la zona a través del Foro de Cooperación Económico Asia-Pacífico (APEC) 1.

En 1989, año emblemático de la sociedad global, Estados Unidos escribía el fin de la historia y el nuevo Foro le parecía una estrategia suficiente para una región que no le preocupaba y de la que tampoco vislumbró su potencial.

Veinte años después, cuando el gigante chino despertó sin avisar a nadie, un Estados Unidos que había pasado del olvido al asombro decidió pagar los platos rotos de la zona a través de una nueva estrategia que partía de una plataforma aparentemente menos ambiciosa, soportada en cuatro países modestos: tres asiáticos (Brunei, Nueva Zelandia y Singapur) y uno americano (Chile), y relanzar lo que ahora se conoce como Acuerdo de Asociación Transpacífico, al cual, el Congreso de Estados Unidos -después de un largo regateo con el presidente Obama- finalmente le concedió la vía rápida (fast track), el pasado 18 de junio, para concluir su negociación con un total de 12 países: México, Estados Unidos, Canadá, Chile, Perú, Brunei, Nueva Zelandia, Australia, Japón, Malasia, Singapur y Vietnam.

De la visión asociativa de la APEC, siempre insuficiente y mediatizada por China, ha pasado ya casi un cuarto de siglo. En ese enorme espacio de tiempo global, las certezas se le desarticularon a Estados Unidos y, en un ejercicio estratégico de recomposición de los errores geopolíticos cometidos, desde hace seis años ha intentado resolverlos a través de un nuevo tratado de comercio (TPP), el cual se presenta como una matrioska de múltiples facetas, todas relevantes en el marco de la carrera hegemónica de estos primeros 50 años del siglo, donde está en juego no sólo el liderazgo de la nación norteamericana, sino del mundo occidental, ante el avance económico, demográfico y político de Asia del Este.

Desde luego que el TPP intenta ser, en primera instancia, una herramienta de poder de Estados Unidos frente a China en la zona del Pacífico, a través de una alianza estratégica renovada con Japón; así como una alianza político-comercial con siete naciones asiáticas que prácticamente rodean a China. Es también un mensaje de hegemonía en respuesta al desbordado posicionamiento de China en América Latina. Es, asimismo, una estrategia geopolítica, cualquiera que sea el tamaño que se le otorgue, que intenta abonar a la competencia que se vive entre Occidente y Asia-Pacífico en lo general y de China frente a Estados Unidos en lo particular; un detente a ese nuevo camino de la seda que se construye consciente e inconscientemente por el éxito asiático.

La firma del TPP para México es de la mayor relevancia porque representa la aceptación de la renegociación tácita del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Significa también, en el tiempo, la migración de las regulaciones TLCAN por las del TPP.

En el terreno jurídico-comercial, las caras más relevantes del TPP no se ubican en el incremento del comercio de Estados Unidos con pequeñas economías asiáticas o países americanos con los que en muchos casos ya tiene celebrados acuerdos comerciales. La apuesta más fuerte de Estados Unidos se refiere a la aprobación internacional de una regulación ad hoc del sector donde todavía se preserva su liderazgo económico global, aun a pesar del acoso de China: los servicios de alta tecnología, de los cuales sigue siendo el principal exportador y referente económico, de manera especial, de los negocios globales que controla principalmente la industria farmacéutica o Big Pharma, junto con las industrias del entretenimiento y del internet, las cuales, desde la nueva plataforma del TPP y su draconiana normativa en materia de apertura y regulación de los servicios (los cuales desde el 2001 no lograron su aprobación en el seno de la Organización Mundial del Comercio OMC), utilizarán esta normativa como un blindaje jurídico de su acervo en la materia, el cual explica, en lo económico, la hegemonía presente y futura de Estados Unidos, más allá de la exuberancia coyuntural de una riqueza finita como son los hidrocarburos.

Otro de los objetivos estratégicos del Tratado, el cual fue denunciado en su momento por analistas como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, es la utilización del TPP como un puente para allanar el camino de los grandes consorcios norteamericanos para seguir importando manufacturas baratas no sólo de China, sino de Asia-Pacífico en general, a cambio del debilitamiento de su propio sector industrial, pasando de una política de fomento instaurada por Obama de «buy America», a una promovida también por Obama de «bye America». Como ya se ha señalado en múltiples análisis, el daño causado a la industria de Estados Unidos (salida de empresas, despido de trabajadores…) y con él a los demás miembros de América del Norte como México, no deviene de una competencia comercial regulada por la OMC, sino del aprovechamiento de una plusvalía social asiática auspiciada por modelos de la zona de franca intervención estatal.

Con base en estudios empíricos, Clyde Prestowitz considera que, a partir de la vigencia del TPP, la región de América del Norte (TLCAN) en la industria textil perdería aproximadamente 700 mil empleos (directa e indirectamente), de los cuales cerca de 500 mil podrían corresponder a México; y que la industria automotriz en Estados Unidos tendría un daño aproximado de 27 mil empleos y en México de cerca 30 mil plazas de trabajo. Continuar leyendo […]

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