(Opinión) La desaceleración de Estados Unidos

Por José Luis de la Cruz Gallegos.

La economía de Estados Unidos registró una contracción de (-) 0.7% durante el primer trimestre del año, un debilitamiento atribuible a la contracción del gasto de gobierno, de una de la parte de la inversión fija no residencial y de sus exportaciones. Al mismo tiempo se conjugó con un lento crecimiento del consumo y un aumento de las importaciones.

La caída del PIB norteamericano es una mala noticia para México, fundamentalmente porque la estimación oficial era que nuestro principal socio comercial crecería 3.1% para todo el año. El resultado del primer trimestre hace que dicha expectativa sea difícil de alcanzar.

El problema de fondo es que la evolución del ciclo económico de Estados Unidos marca una tendencia a la baja, producto de la desaceleración de algunos de sus principales componentes. El  retroceso no  fue provocado por el frío clima que afectó a parte de la  Unión Americana, eso es una parte de la explicación, pero no representa la totalidad de la misma. En realidad el resultado del PIB muestra los límites de la recuperación, aun Estados Unidos no puede crecer vigorosamente si sus principales socios comerciales y financieros no lo hacen.

La debilidad de la Unión Europea, Japón, China y Canadá restringe las exportaciones norteamericanas y la apreciación del dólar fomenta sus importaciones. Como producto aumenta el déficit comercial y con ello se debilita el PIB.

Algo similar ocurre con el gasto de gobierno, el elevado déficit fiscal obliga a una mayor austeridad e inhibe la posibilidad de una expansión en las erogaciones públicas.

La inversión fija no residencial y el consumo personal tienen un denominador común, cuando el ritmo de crecimiento económico  es insostenible las empresas y hogares frenan su inversión y gasto privado, más allá de las condiciones climatológicas adversas que algunos análisis habían señalado como causa del freno económico.

El mensaje es claro para nuestro país, no se debe contar con Estados Unidos como fuente de crecimiento, al menos no en la magnitud que se tiene estimada oficialmente. La corrección que debe realizarse no es menor, particularmente cuando en México el gasto de gobierno comienza a contraerse y la debilidad del sector petrolero restringe su recuperación.

Para el mes de abril las finanzas públicas nacionales comienzan a mostrar los efectos del recorte al gasto público, se reduce la parte corriente y restringe la inversión. En los siguientes meses dicha estrategia continuará y profundizará. No debe olvidarse que el aumento en el déficit público ya provocó un incremento en la deuda federal que no se podrá subsanar en el corto plazo. La poca eficacia de las erogaciones para generar crecimiento muestra que la estrategia de mayor gasto no fue exitosa y no tendió los puentes necesarios con el sector privado para hacer crecer al país.

En estos momentos México deberá atender su producción y mercado interno para crecer más allá del 2.5% registrado en los últimos años. Para ello deberá impulsar los encadenamientos productivos entre sus empresas y fortalecer el desarrollo de mayor valor agregado.

El fomento económico es la clave, particularmente con las empresas que son capaces de propiciar los encadenamientos más sólidos con el resto del aparato productivo nacional. La banca de desarrollo es fundamental, debe enfocarse a sectores productivos de alto impacto en el corto plazo. Ello obliga a la creación de un programa económico emergente más allá de las reformas estructurales, uno enmarcado en la ley que se aprobó para el incremento de la productividad y competitividad. En otras palabras se trata de darle vida a una nueva política de desarrollo industrial.

Para que esto ocurra debe modernizarse la política económica, dejar atrás la visión de los años ochenta en donde se privilegió la firma de acuerdos comerciales pero se descuido la parte que les hace funcionar: la producción e inversión en terreno nacional.

Artículo original publicado en El Universal versión impresa.

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