2012-2018: la herencia, II

Por: José Luis de la Cruz | Publicado en: El Sol de México.

Pobreza y precarización del mercado laboral, el saldo social de un modelo económico que carece de los fundamentos de crecimiento necesarios para satisfacer las necesidades básicas de una sociedad que ha vivido en austeridad los últimos 36 años.

Desde la crisis de 1982, México cayó en la trampa de ajustes fiscales restrictivos que inhibieron la inversión. La causa fue el desequilibrio fiscal gestado en los años previos y que ocasionó el problema que en ese momento se denominó la deuda eterna.

Casi han pasado cuatro décadas y el signo distintivo de las finanzas públicas mexicanas es el mismo: endeudamiento público reconocido (en 2018 representará 45% del PIB), pero en donde el saldo real de los compromisos financieros se encuentra ocultó bajo los pasivos contingentes que el gobierno deberá enfrentar en los años por venir y que en conjunto con la deuda reconocida superan 100% del PIB. La consecuencia visible es un creciente pago de intereses que restringen la capacidad de Estado para incrementar su gasto productivo e inversión pública.

Asociado a esto se tienen los paradigmas que dominan la lógica heredada de las finanzas públicas: como el modelo económico no es capaz de propiciar crecimiento se quiere utilizar el gasto de gobierno como paliativo de los rezagos sociales causados por la falta de dinamismo productivo y precarización del mercado laboral.

Dado que el peso de la losa social ha aumentado a lo largo de los últimos 40 años, se deben destinar más recursos públicos para atender los rezagos causados por la precarización económica y social.

Todo ello se intenta realizar al mismo tiempo que se pretende mantener el equilibrio fiscal, la contradicción es evidente: se ha pretendido mantener el modelo económico utilizado desde 1982 sin grandes cambios, reformándolo con la esperanza que los cambios y el tiempo propiciarán mayor crecimiento.

Dado que ello no ocurre, y que parte de la población y empresas deben encontrar la solución a sus problemas en la informalidad, lejos del marco institucional, las finanzas públicas resienten el desequilibrio por la menor recaudación de impuestos que ello implica. Los mexicanos lo sienten bajo la forma de escaso bienestar.

Con 23% del PIB gestado en la informalidad, que ocupa a 57% de la población, el modelo mexicano sacrifica el desarrollo social de la población y la rentabilidad de las empresas. Los micronegocios son predominantemente informales, las pequeñas y medianas empresas tienen bajas posibilidades de crecer y las grandes empresas mexicanas van desapareciendo o son compradas por las extranjeras.

El saldo es pobreza, precarización laboral y una alta probabilidad de que las empresas mexicanas quiebren en los primeros cinco años de operación, combinación que no se podrá resolver sólo con gasto de gobierno.

La transformación de México deberá implicar el fortalecimiento productivo del mercado interno: generación de empleo formal asociado a empresas productivas que eleven el crecimiento económico del país. Sólo así se podrá garantizar un mejor futuro para todos. Fuente […]

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