Desafíos de México y AL en tiempos de Trump

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El Financiero | Mauricio de María y Campos | Opinión.

El año pasado se realizó la encuesta periódica del Centro de Investigación y Docencia Económica, preguntando a los mexicanos si se consideraban parte de América del Norte, de América Latina o ciudadanos del mundo. Dos terceras partes nos autodefinimos como latinoamericanos; sólo un 5% se calificaron como ciudadanos de América del Norte; el resto, se situaron como ciudadanos del mundo, o no supieron cómo ubicarse.

Los porcentajes variaron un poco. En el norte del país aumentaba la población que se consideraba parte de América del Norte, en el sur, la que se consideraba latinoamericana. También varió el porcentaje por nivel de ingreso: entre más ricos, mayor tendencia a considerarse parte de América del Norte; los de menores ingresos, latinoamericanos.

Pero lo abrumador de las respuestas muestra que, en última instancia, el mexicano se considera latinoamericano por lengua, cultura y tradición, y que, sólo una parte de los mexicanos se autodefine como ciudadano de América del Norte, ya sea por su nivel de ingresos o por motivos aspiracionales tras 23 años de haber entrado en vigor el Tratado de Libre comercio de América del Norte.

Los estadounidenses y canadienses tienen la percepción de que son norteamericanos, tanto por su ubicación geográfica como por compartir niveles económicos y sociales de vida, y porque existe una relativa libertad de movimientos de personas entre ambos países. En el caso de los mexicanos, la restricción de movilidad hacia Estados Unidos y Canadá, el requisito de visas y la dificultad para trabajar allá legal o ilegalmente, nos hace sentir diferentes y la discriminación en Estados Unidos, por el color de la piel, el idioma y la cultura, seguramente refuerzan su identidad como mexicanos.

La realidad contrastante en niveles socioeconómicos es muy grave. A pesar del TLCAN y de que el 80% de nuestro comercio y turismo sea con los EUA, persiste un menor ingreso, bienestar y seguridad en México. En 1994 el ingreso per cápita en EUA era 5 veces mayor que el mexicano; en 2015 era 7 veces mayor. No ha ocurrido un proceso de convergencia como sucedió en la Unión Europea donde, tras varias décadas de haberse incorporado los españoles, los irlandeses y aún los polacos de reciente ingreso han visto igualar y a veces superar el ingreso promedio del ciudadano de la UE.

En América del Norte la brecha se ha ampliado, porque el salario real mexicano se ha deteriorado mucho en dos décadas y no ha habido libre flujo de personas, ni fondos compensatorios de cohesión social. México ha basado sus exportaciones crecientes, su mediocre desarrollo y su estabilidad financiera y cambiaria en salarios deprimidos; no en base a mayores conocimientos, productividad o innovaciones, como lo han hecho los europeos y los asiáticos.

Esta situación tiene que cambiar, particularmente en la era de Trump. Necesitamos replantear nuestra estrategia de desarrollo, competitividad e inclusión en el marco de America del Norte, recuperar mercados locales y al mismo tiempo mirar hacia otras regiones del mundo, comenzando por el sur.

Paso unos días de vacaciones en Chile, visitando amigos mexicanos que viven aquí, platicando con latinoamericanos, acudiendo a rodeos con huasos chilenos y charros y adelitas mexicanos en Rancagua y visitando el desierto y la zona minera de Atacama. Escucho música de mariachi y veo anuncios de conciertos de Manzanero; visito la casa de Pablo Neruda en Isla Negra y confirmo sus contactos con Diego Rivera y Frida Kahlo.

Escucho a chilenos que vivieron en México, exiliados tras el golpe militar de Pinochet, agradecidos con nuestro país, con su calor humano, con sensibilidades comunes y experiencias compartidas; disfruto un caldo de congrio con mariscos rociado con vinos de Casablanca y precedido por tequilas y pisco sours.

Recuerdo mi primera visita en 1972 a Santiago a un seminario sobre desarrollo industrial, apertura económica, articulación productiva e innovación. Ya desde entonces había un grupo de latinoamericanos que criticaba el pasado regional, pero no veía su futuro dependiendo de la inversión extranjera, sino de empresas nacionales, una educación de calidad e innovación local y aspiraba a un mundo más justo a partir de una más equitativa integración latinoamericana de mestizos, indígenas, criollos e inmigrantes.

Nuestra evolución tomó un rumbo muy diferente, dependiente de la inversión extranjera y de las exportaciones a EUA y a China de productos con bajo valor agregado local, olvidando nuestros grandes mercados internos y el potencialmente importante mercado regional de 640 millones de habitantes (hoy solo un 15% de las exportaciones latinoamericanas van a la región, en contraste con lo que sucede en Europa y Asia, donde el comercio intrarregional es mayoría); posponiendo eternamente el sueño de Bolívar de la “nación de repúblicas latinoamericanas”, sacrificando el desarrollo nacional, conformándonos con el mundo del consumismo y el autoritarismo en sustitución de la sociedad democrática del conocimiento y del estado de derecho.

Ahora nos llega Trump, quien desprecia el mundo iberoamericano, quiere restaurar la hegemonía anglosajona y pretende revertir el mundo abierto al comercio y las inversiones e imponer el uso autoritario de la fuerza bruta, sea por el peso del dólar, las armas o por decreto.

América primero –la estadounidense, no la de Bolívar- a través de un muro de apartheid que comienza en EUA, en la frontera con México y llega hasta Tierra del Fuego. ¿Qué hacer?

Tenemos una oportunidad histórica para relanzar a América Latina desde la frontera de México con EUA hasta la Tierra del Fuego.

Leo un librito que escribieron mis amigos Casio Luiselli (mexicano) y Mario Waissbluth (chileno) “Repensemos América Latina” y no podía estar más de acuerdo al recorrer con ellos la historia indígena, colonial, los procesos de independencia, la modernidad y la inserción de Iberoamérica en la globalización. Vuelvo a soñar con un futuro compartido a partir de nuestra singular historia común, enfrentando los similares y distintos desafíos políticos, económicos y sociales.

Hay que dejar atrás el pesimismo intelectual e impulsar el optimismo de la voluntad política; abandonando prácticas autoritarias y corruptas, perseverando en la construcción de ese futuro que no acaba de llegar, pero que ahora es crucial para sobrevivir en el entorno global.

Para ello hay que reconstruir nuestras instituciones políticas, económicas y sociales nacionales y regionales; otorgarle un valor renovado a nuestras idiosincrasias culturales y ventajas competitivas; despojarnos de los fardos que nos han impedido entrar en la modernidad y edificar una renovada Latinoamericano a través de la cooperación y la integración efectivas.

Potenciemos CELAC; aprovechemos la Alianza del Pacifico, MERCOSUR, Centroamérica y CEPAL para establecer códigos comunes y articulaciones productivas y de inversiones intrarregionales y con Asia, Europa e incluso África. Impulsemos la infraestructura y la logística regional con apoyo de una repensada red de banca de desarrollo. No nos preocupe incomodar a Trump. Hagamos con audacia prudente y realista lo que debemos hacer como región, esperando que se desvanezca gradualmente la incertidumbre y hostilidad política estadounidense.

¡Comencemos a reinventar América Latina! Fuente […]

 

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