Por José Luis de la Cruz Gallegos.
El mundo ha cambiado, durante los últimos 40 años la economía mexicana ha sido testigo de eso, lamentablemente no por el éxito de su crecimiento económico. Su apertura comercial no propició desarrollo para todo el país. Seguir las reglas del comercio internacional no funciona cuando otros países no lo hacen, y se traduce en la pérdida de empleos y el cierre de empresas.
En la década de los años 70 las autoridades económicas fallaron en observar la disciplina fiscal que se requería para evitar que el país quedara atrapado en la trampa del crédito barato que inundo el mundo. La algarabía provocada por la abundancia petrolera y los préstamos con réditos reducidos fueron el preámbulo de la crisis deuda que nos llevó a la década perdida.
No solo fue el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones (ISI) el que propició a la crisis de los años 80, en realidad fue el endeudamiento improductivo del gobierno federal, un enorme débito que no resistió el alza en las tasas de interés por parte de la Reserva Federal.
Fue esa crisis la que motivó la apertura comercial, misma que se inició en 1986 cuando el mercado interno se encontraba tan deprimido que la única opción de corto plazo era la del comercio exterior. La liberalización de la economía no fue un proceso bien planificado, fue una salida de emergencia ante la gran contracción productiva.
El problema fue que, en el caso de México, se quitaron las barreras comerciales al mismo tiempo que se eliminaron los programas de apoyo al aparato productivo. Se siguieron recomendaciones internacionales que no conservaron los avances alcanzados bajo el modelo ISI. Bajo el simplismo de que era mas barato importar se sacrificó a la industria mexicana que producía barcos, automóviles, aparatos electrónicos y eléctricos, textiles, calzado, juguetes y medicinas, por citar algunos ejemplos. De igual forma se dejo de lado el apoyo al sector agrícola, la seguridad alimentaria fue catalogada como algo obsoleto, que no correspondía con el concepto del libre mercado, nuevamente se mencionó que era mas barato importarlos.
En China y Corea del Sur, por ejemplo, la liberalización no supuso el fin de la protección a sus empresas, por el contrario se instrumentó un proceso de fortalecimiento industrial y de apertura económica regulada que se ha complementado a lo largo de los últimos 30 años. Sus mecanismos de protección y fomento económico han evolucionado, se adaptaron a las nuevas condiciones del mercado internacional, pero no han dejado de existir. Solo en México se renunció a construir una industria competitiva a nivel global.
Hoy el debate está centrado en la industria siderúrgica, la columna vertebral de las manufacturas. El gobierno chino tiene participación en 75% de las empresas del acero en ese país, y el país asiático produce la mitad del total mundial. En otras palabras: la sobreproducción de acero que ha provocado el desplome de su precio es provocada por una decisión gubernamental, no por una de libre comercio. La rentabilidad no es un objetivo para el gobierno chino, busca mantener su producción y empleo, a costa de empresas de otros países. Para ello usa subsidios y un tipo de cambio artificialmente subvaluado.
Ninguna empresa puede competir con el gobierno de la segunda economía mundial, por eso requiere de la intervención expedita y eficaz de sus propias autoridades. Eso se conoce en todos los países que ya han aplicado medidas anti dumping contra las importaciones de China. No es proteccionismo 70, es una protección contra el incumplimiento de las leyes del comercio internacional. Dichas naciones saben que el mundo cambio, y que no se puede seguir operando con un aperturismo noventero indiscriminado, el que pensaba que los acuerdos comerciales eran suficiente para generar crecimiento económico, un gran error. Fuente: El Universal
*Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico
