Análisis. Recorte al gasto, ¿aprendimos la lección?

El gasto público se ve como un detonante de la economía nacional. (El Universal/Archivo)

El endeudamiento solamente es justificable cuando genera rendimientos en crecimiento económico

Por José Luis de la Cruz Gallegos, director del IDIC

Ya lo habíamos comentado, la realidad termina por imponerse, más allá de las expectativas y buenos deseos. El fin del 2014 había mandado las señales, hoy se puede observar que las instituciones encargadas de la política económica comienzan a incorporarlas a su discurso.

Se puede entender que lo hagan con reserva y gradualidad, no es fácil reconocer que se deberán hacer ajustes profundos que no necesariamente se tenían programados.

La caída de 50% en el precio del petróleo y la depreciación del tipo de cambio son suficientes para despertar las alertas, no obstante ahora es momento de plantear el sentido de los ajustes que podrían venir.

Las declaraciones de las autoridades encargadas de la política monetaria y fiscal son suficientes para intuir que las modificaciones podrían afectar la estrategia de política económica.

Basta recordar que el gasto público se había contemplado como el motor del crecimiento económico de México. El incremento de la inversión y gasto corriente públicos sustentaron las modificaciones realizadas con la reforma fiscal y el incremento de la deuda pública. El débito se elevó 7 puntos como proporción del PIB en los primeros dos años del sexenio.

Los resultados en materia de crecimiento económico permiten plantear dudas razonables sobre la eficacia de las medidas adoptadas. Las variaciones fiscales frenaron la demanda agregada en 2015, particularmente de la parte más productiva pero, como se advirtió oportunamente, el gasto público no fue el factor de crecimiento que se esperaba, simplemente porque no tiene el mismo perfil productivo que la inversión privada, no va a los mismos sectores ni tiene una incidencia directa en la generación de empleo.

En una economía como la mexicana, el endeudamiento solamente es justificable cuando genera rendimientos en términos de crecimiento económico, de otra forma se convertirá en una carga financiera que hipotecará el futuro del país.

El bono petrolero fue desperdiciado, durante los 10 años previos existieron ingresos excedentes que superaron los 100 mil millones de dólares, los cuales no fueron direccionados a proyectos productivos. Lo que ocurrió fue paradójico, se tuvieron ingresos adicionales y al mismo tiempo aumentó la deuda pública pero la economía no creció vigorosamente, solamente lo hizo la pobreza.

Ante el fin de esta era de petróleo caro se debe recordar una lección de historia. En los años 70 el llamado boom petrolero implicó que México haya apostado por el desarrollo de dicho sector como fuente de crecimiento. La ineficacia del gasto, la corrupción y la posterior caída del precio del hidrocarburo impidieron que aprendiéramos a “administrar la abundancia”. El broche de oro que nos condenó a pagar una deuda enorme y a realizar ajustes estructurales que afectaron el destino de México fue el alza de las tasas de interés en Estados Unidos y Gran Bretaña, la deuda se encareció. Dicho factor, junto con los problemas internos, terminaron por condenar a México a la conocida como “Década Pérdida”.

Hoy la autoridad monetaria de nuestro país refrenda que existe una “alta probabilidad” de que las tasas de referencia internacionales se incrementen a lo largo del 2015, y que en consecuencia ello provoque su aumento en México. Esto representa una mala noticia tanto para la inversión privada como para el manejo de las finanzas públicas. El precio del dinero se elevará y ello frenará la inversión y el consumo privados. Ello se vinculara con el recorte del gasto público.

El mensaje de la crisis de los 80 no se entendió. Durante 20 años se recortó el gasto productivo pero no el corriente. No se impulsó la producción interna generadora de valor agregado y empleo. Los ajustes por realizar deberán evitar ir en el mismo sentido, es necesario que México retome la senda de desarrollo, sin importar los ajustes que se realizaran en 2015 y 2016. La estabilidad del país lo impone.

*Artículo de opinión publicado originalmente en El Universal el 12 de enero de 2015

 

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